A cada uno de nosotros Dios le pone su marca, de la misma manera como lo hizo con Jacob. Esta marca aunque a veces nos parece difícil de llevar es la que nos mantiene cerca de nuestro Dios. Hay situaciones en nuestra vida que en el momento no entendemos porque Dios las permite, pero cuando nos la revela y nos hace entender, no tenemos más que hacer sino darle las gracias. Él desea bendecirnos, pero muchas veces no recibimos esas bendiciones porque no pedimos, o si lo hacemos es entonces porque no sabemos pedir según su voluntad.
En el libro de Oseas 12:4, el profeta nos muestra como fue que Jacob lucho con el Ángel del Señor. La Biblia nos dice que el lloró e hizo suplica. Las oraciones y las lágrimas sinceras fueron sus armas. Su desilusión no estremeció su fe, ni hizo que sus oraciones se silenciaran. El no luchaba en sus propias fuerzas, ni fue por esas fuerzas que el prevaleció, sino que su fortaleza provenía de Dios. Solo podemos prevalecer con Dios, solo por sus fuerzas. Es su Espíritu el que intercede por nosotros y nos ayuda en nuestras debilidades. La marca que Dios pone en nosotros puede ser un aguijón como el que tenía el Apóstol Pablo, al cual el Señor le dijo: “Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.”
La marca de Dios es poderosa y trae bendición a nuestras vidas. La marca de Dios en una marca de honor, así como lo fue sobre Jacob al cual cambió su nombre a Israel. Pasó de llamarse suplantador a llamarse “Un príncipe con Dios.” Y todo no termina allí porque el Ángel del Señor le muestra que así como tuvo poder con Dios, también lo tendría con los hombres. Jacob le dio la gloria a Dios al reconocer que había vivido solo por Su gracia. Lo que podamos obtener y recibir de Dios, no es porque nos lo merezcamos o porque peleemos por obtenerlo, es solo por Su Gracia.
Gracias mi Señor por la marca que has puesto en mi vida, la cual me hace recordar que lo que soy o pueda ser, o lo que tenga y pueda tener, es solo por Tu Gracia. Te amo mi Amado!!! Tuya es la Gloria, la Honra y el Honor por los siglos de los siglos. Amén.
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